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    jueves, 1 de marzo de 2007

    Las implicaciones emocionales de la guardería (2): Seamos honestos

    No nos engañemos. Los bebés y los niños pequeños (aclaremos que, a lo largo del texto, nos estamos refiriendo a los niños y niñas en estado fusional, previo a la adquisición del concepto del “yo”, de la toma de conciencia de su individualidad, de su ser “otra persona”, y que suele acontecer entre los dos y los tres años de edad) no necesitan las guarderías PARA NADA. Ni para relacionarse con otros niños, ni para socializarse, ni para acostumbrarse, ni para hacerse más independientes.
    Hoy es costumbre dejar las opiniones en temas de crianza en manos de expertos con diplomas. Las madres y padres nos consideramos profanos, solicitamos pautas y consejos de psicólogos, pediatras, pedagogos... ¿Y no nos dicen acaso los expertos en psicología evolutiva que hasta los tres años, en todo caso no antes de los dos, el niño no es capaz de desarrollar verdaderas relaciones sociales? ¿Por qué en este caso concreto decidimos desoírlos?
    ¿Y por qué ese miedo a empezar directamente el colegio a los tres años sin haber pasado por la guardería a los dos? ¿Por qué asumimos que será más fácil adaptarse con dos años que con tres, con menos capacidad de entendimiento, con menos madurez, con menos autonomía?
    Las guarderías no son una necesidad de los niños, son una necesidad de las madres y los padres.
    Las guarderías no les vienen bien a los bebés ni a los niños pequeños. Y no nos referimos al ciclo de enfermedades sucesivas que se suele iniciar con el ingreso del niño en el centro (sin entrar ahora en consideraciones sobre si los niños enferman debido a los virus compartidos o como manifestación de su malestar emocional). Nos referimos a que no colman sus auténticas necesidades.
    Seamos honestos, consideremos nuestras necesidades y las de nuestros niños sin prejuicios, sin dejarnos convencer por ideas preestablecidas. ¿Qué necesitamos nosotros de verdad, y qué necesitan ellos?
    Nosotros, como adultos, necesitamos dedicarnos a una actividad profesional, relacionarnos con otros adultos, salir al mundo exterior, liberarnos momentáneamente de la absoluta dedicación física y emocional que exige la crianza. A menudo acudimos a las guarderías porque no disponemos de otras opciones (ayuda familiar, redes de apoyo vecinal, posibilidades económicas de contratar ayuda doméstica, etc.) o porque nos parece la más adecuada, o la menos mala. Pero, sea cual sea nuestro motivo, lo cierto es que la guardería colma nuestra necesidad concreta.
    Ahora bien, ¿qué necesitan realmente los niños? Los bebés y las niñas y niños en edades tan tempranas tienen pocas necesidades, aunque fundamentales e imperiosas: aparte de los cuidados materiales de supervivencia, necesitan apego, contención emocional, contacto físico, espacio para el descubrimiento y respeto por sus ritmos de desarrollo; necesidades todas orientadas al florecimiento de su personalidad. Pero, aparte de los cuidados materiales (seguridad, higiene, alimentación...) y de un ambiente cordial, ¿qué les ofrecen las guarderías? Juego dirigido, ocio programado, imposición de horarios, inglés, psicomotricidad, estimulación intelectual, clases de natación, fiestas de disfraces. Es decir, nada de lo que realmente necesitan a esas edades, nada que sea mejor que lo que tendrían permaneciendo en su hogar, en un entorno emocionalmente contenedor, al cargo de personas cercanas, vinculantes y amorosas. Seamos, pues, honestos. Reconozcamos nuestras verdaderas necesidades, nuestros motivos auténticos. Y hablemos con nuestros bebés y nuestros niños. Que sepan por qué han de pasar el día fuera de casa y cómo nos sentimos nosotros por ello. Que sepan que entendemos sus sentimientos y los aceptamos. No importa que no sepan servirse de nuestro lenguaje hablado. Decía Françoise Dolto que todo es lenguaje, y que el ser humano goza de la misma capacidad de comprensión desde su concepción hasta su muerte. Démosles esa oportunidad.


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