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    miércoles, 7 de marzo de 2007

    Las implicaciones emocionales de la guardería (4): Por unos centros de crianza más humanos

    Creemos poder afirmar que todos estamos de acuerdo en que serían deseables algunas mejoras en las guarderías de nuestros hijos. Principalmente un menor número de niños al cargo de cada adulto, normas más flexibles y un trato más personalizado, más adaptado a la individualidad de cada niño.
    En un mundo ideal habría un adulto para ocuparse de cada niño, pero seguimos viviendo aquí y ahora, y también nosotros, como madres y padres, hemos de adaptarnos. Sin embargo, sin caer en la utopía, sería posible hacer de nuestras guarderías lugares más humanos, más respetuosos y más beneficiosos para el equilibrio emocional de todos.
    No hablamos de grandes inversiones, ni de mejores infraestructuras, ni siquiera de onerosos aumentos de personal. Aunque todo esto sería deseable, bastaría con empezar simplemente introduciendo determinados cambios de actitud. Por ejemplo, ya que tanto escuchamos hablar de ellos, reorientando los procesos de adaptación.
    Una de las normas más habituales de las guarderías es que la presencia de los padres en el centro debe limitarse a lo estrictamente necesario. En ocasiones no se les permite siquiera el acceso a las dependencias del centro. ¿Qué nos hace pensar que esto sea beneficioso para el niño? Lo dejamos en manos de completos desconocidos y hacemos todo lo posible para que sigan siendo desconocidos. Hemos de entender que al separar al niño bruscamente de su figura de apego habitual, e introducirlo en un entorno en que carece de ella, le quitamos todos los medios de que dispone para comprender el mundo, lo dejamos emocionalmente aislado, en absoluta soledad. Si tenemos que llevarlo a la guardería no podremos evitarle la separación de su figura de apego, pero nosotras creemos que podríamos reducir en gran medida su sufrimiento ayudándolo a vincularse con sus cuidadores. Conseguiríamos que éstos dejasen de ser extraños con mucha más rapidez, con naturalidad y sin violencia emocional si permitiésemos a las niñas y niños presenciar y compartir una relación real entre madre o padre y cuidadores, si las madres y los padres fuesen admitidos en los centros, si los cuidadores procurasen los primeros cuidados a los bebés en presencia de la madre o el padre, si los niños entrasen en relación con sus cuidadores a la vez que éstos entran en relación con sus madres o sus padres.
    Se trataría pues de una reorientación global del proceso de adaptación: concibiendo la adaptación como integración, no como separación.
    Entendemos que esto interferiría, aunque sólo fuera de forma provisional, con el normal funcionamiento de unos centros que actualmente no están preparados, en términos de espacio, personal e instalaciones, para acoger a madres y padres, hijas e hijos simultáneamente. Evidentemente también perturbaría los horarios de las madres y los padres, les exigiría más tiempo y más dedicación que el sistema que practicamos actualmente.
    Pero es cuestión de organización, de establecer turnos y horarios, de no empezar todos el mismo día. Es cuestión de implicarse. Es cuestión de prioridades. ¿Por qué otorgar siempre más importancia a los horarios y a las cuestiones organizativas que al bienestar emocional de nuestros niños?


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